16 sept 2009

¡Ay, Vronski!

De repente, se acordó del hombre que había muerto aplastado el día de su primer encuentro con Vronsky y comprendió lo que tenía que hacer. Con paso rápido, ligero, bajó las escaleras que iban del depósito de agua a la vía y se detuvo al lado mismo del tren que pasaba.

Examinaba tranquila las partes bajas del tren: los ganchos, las cadenas, las altas ruedas de hierro fundido. Con rápida ojeada midió la distancia que separaba las ruedas delanteras de las traseras del primer vagón, calculando el momento en que pasaría frente a ella.

"Allí" , se dijo, mirando la sombra del vagón y la tierra mezclada con carbón esparcido sobre las traviesas. "Allí en medio. Así le castigaré y me libraré de todos y de mí misma." Quiso tirarse bajo el vagón, pero le fue difícil desprenderse del saquito, cuyas asas se le enredaron en la mano, impidiéndole ejecutar su idea con aquel vagón. Tuvo que esperar el siguiente. Un sentimiento parecido al que experimentaba cuando, al bañarse, iba a entrar en el agua, se apoderó de ella, y se persignó.

Aquel gesto familiar despertó en su alma una ola de recuerdos de su niñez y su juventud y, de repente, las tinieblas que cubrían su espíritu se desvanecieron y la vida se le presentó con todas las alegrías luminosas, radiantes, del pasado. Pero, no obstante, no apartaba la vista del segundo vagón, que, por momentos, se acercaba. Y en el preciso instante en que ante ella pasaban las ruedas delanteras, Ana lanzó lejos de sí su saquito de viaje y, encogiendo la cabeza entre los hombros, se tiró bajo el vagón.

Cayó de rodillas y, con un movimiento ligero, abrió los brazos, como si tratara de levantarse.

En aquel instante se horrorizó de lo que hacía. "¿Dónde estoy? ¿Qué hago? ¿Por qué?", se dijo. Quiso retroceder, apartarse, pero algo duro, férreo, inflexible, chocó contra su cabeza, y se sintió arrastrada de espaldas.

"¡Señor, perdóname!", exclamó, consciente de lo inevitable y sin fuerzas ya.

El hombrecito de sus pesadillas, diciendo en voz baja algo incomprensible, machacaba y limaba los hierros.

Y la luz de la vela con que Ana leía el libro lleno de inquietudes, engaños, penas y maldades, brilló por unos momentos más viva que nunca y alumbró todo lo que antes veía entre tinieblas. Luego brilló por un instante con un vivo chisporroteo; fue debilitándose... y se apagó para siempre.



Anna Karenina (1877)
Liev Tostòi

11 comentarios:

Blogger Claudia ha dicho...

Nunca la supo comprender, porque era una mujer moderna, que no pudo luchar contra toda la sociedad ella sola...
Estas son las mejores historias de la literatura, las que hablan de las cosas que importan.

Saludos a todos!

16 de septiembre de 2009, 21:08  
Blogger PSYCOMORO ha dicho...

En ocasiones te percatas demasiado tarde que no eres tú quien tiene que sacrificarse, sino las evidencias que te rodean. Como dice Claudia, la soledad en la lucha te rinde al hierro del tren; el resto podemos mirar o leer los restos de la batalla. Besos.

17 de septiembre de 2009, 21:42  
Blogger Sintagma in Blue ha dicho...

Un poquito mema sí era, eh...

;-)

(como la Bobary -y es que con ese nombre...)

18 de septiembre de 2009, 9:52  
Blogger daniel rico ha dicho...

¿pero, no es para siempre mucho tiempo?

saludos.

20 de septiembre de 2009, 6:26  
Blogger Claudia ha dicho...

PSYCO, creo que tienes razón, que al final no había otra solución para Anna, porque ella no podía vivir de la manera en que lo hacía, en ese momento y con esas personas, y tuvo que sacrificarse ella, cuando lo único que quería es ser feliz y libre.
No era tanto pedir.

Un besazo grande grande

20 de septiembre de 2009, 22:01  
Blogger Claudia ha dicho...

Sintagma, creo que no es el mismo caso entre la una y la otra. La Bobary tenía lo que quería, aunque cada vez cambiaba de parecer porque era una niñata... Pero Karenina sólo quería una cosa y la tenía clara desde siempre: ser libre y vivir como quiera.


Un besazo gigante

20 de septiembre de 2009, 22:04  
Blogger Claudia ha dicho...

Daniel, creo que si, que siempre es demasiado para casi cualquier cosa... El fin de cada cosa tiene que ser marcado por uno mismo, pero creo que Anna puso fin a algo no porque quería si no porque no había otra salida, otro final. Creo que ese último capítulo es fantástico porque se ve bien como al final se vuelve loca, como la sociedad ha podido con ella y ella empieza a obsesionarse y a ver que son Vronski no tiene nada, es bastante triste.

Un beso enorme

20 de septiembre de 2009, 22:07  
Blogger NoSurrender ha dicho...

Tolstoi conocía bien el corazón humano, ya lo creo. Ah, los rusos siempre han hecho grandes novelas. Vasili Grossman tiene algo de Tolstoi también, te lo recomiendo.

Besos.

20 de septiembre de 2009, 22:08  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Los rusos son grandes a la hora de escribir novelas. No es extraño que Lenin recomendara las novelas de Tolstoi dado su realismo y conocimiento de la naturaleza humana... por eso mismo, Anna Karenina nos produce esa ternura: una mujer que lo deja todo por amor, y cuando se dice todo es todo (incluído su propio hijo) y que pide todo y, claro, no lo consigue. Es una víctima de su tiempo, un tiempo en el que las mujeres no podían elegir ni seguir otro camino que el marcado, incluso por el hombre que las amaba.

Ay, Anna¡

Un besazo, mi niña¡

24 de septiembre de 2009, 18:23  
Blogger Claudia ha dicho...

Gracias por la recomendación NoSur, ya me he puesto a buscar y tiene una pinta estupenda.
Los rusos son unos escritores muy profundos porque tocan temas de una manera tan humana...
Gracias.
Besos

30 de septiembre de 2009, 22:05  
Blogger Claudia ha dicho...

Mas que ternura, LosPasos, Anna me produce pasión, pasión por vivir y por ir contra todo lo que es injusto y sobre todo por lo que uno quiere vivir en su vida.
Ay Anna.
Besazos

30 de septiembre de 2009, 22:07  

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